No hay una sola clave o virtud para definir la carrera del español Rafael Nadal. Sin dudas es el mejor de la historia sobre tierra batida, y cada día más metido en la discusión como mejor tenista de todos los tiempos sin importar superficies.
Pero hay algo que no se puede dejar de destacar y es el hambre de triunfos que tiene el mallorquín, su deseo constante de sumar triunfos. La mitad de su vida se dedicó a competir profesionalmente y a los 32 años no deja de emocionarse ante cada logro, como le pasó minutos después de que derrotó en Roland Garros 2018 al austríaco Dominic Thiem.
Las lesiones del pasado, los nuevos rivales que asoman como amenazas y no pueden con él. Todo esto seguramente se juntó a la hora de escuchar los discursos y recibir el trofeo a manos de Ken Rosewall, leyenda del tenis australiano.
Eriza la piel la imagen de Rafa rodeado de colaboradores y siendo ovacionado por un estadio Philipp Chatrier desbordado de gente que no paraban de aplaudir al tenista español. Un merecido reconocimiento para un atletas fuera de serie.
No es el primer tenista que sufre una situación como esta. Recordamos a Roger Federer en sus últimos torneos ganados, o para no ir tan lejos, al argentino Juan Martín Del Potro hace unos dias cuando venció al croata Marin Cilic en París.
Aunque son súper campeones, la presión es igual para todos y encuentran en las lagrimas un buen puente de descargas.
ALL the feels for @RafaelNadal. #RG18 pic.twitter.com/SD4f0mKSFa — Roland-Garros (@rolandgarros) 10 de junio de 2018
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